Una de las consecuencias del
individualismo en que nos educan y obligan a vivir, es que, mientras
la desgracia no te afecte a ti, puedes afligirte más o menos, pero
la percibes lejana, extraña. Nuestra capacidad de sentir el dolor
ajeno como propio está muy limitada, tanto como la capacidad de
percibir la parte colectiva de nuestra existencia. No en vano, “tú
a lo tuyo”, es la gran máxima que nos inculcan, desde la escuela a
los medios de comunicación y las distintas formas de publicidad.
Sin embargo, esa máxima se hace
añicos frente a realidades como la de Las Ramblas el pasado 17 de
Agosto. Es así porque “lo mío”, es decir, mi incertidumbre y mi
soledad, solo dan lugar al miedo y con miedo no se puede vivir. Hace
falta algo más. Son necesarias certezas compartidas que rompan la
soledad.
Es necesario
reflexionar en voz alta, compartir los miedos abiertamente e intentar
alcanzar algo de la verdad que camuflan tras esos 'enfrentamientos de
civilizaciones' y otras milongas de las que nos hablan los medios en
general. Las civilizaciones, las culturas, nunca se enfrentan, todo
lo contrario, suelen ser muy promiscuas entre ellas. Los que siempre
acaban enfrentándose son los intereses y de esos, de los que hay
detrás de semejantes atrocidades, se habla muy poco, todo son
incertidumbres.
De lo que no cabe duda es de que esos
intereses están intentando desestabilizar, provocar miedo y
confusión. Y si a esa certeza le añadimos que, a lo largo de la
historia, ese es un recurso muy utilizado por las clases dominantes
cuando quieren predisponer al pueblo para la guerra, 'se le ponen a
uno los pelos de punta'.
Tan inquietante como pensar en los
intereses que hay detrás de los asesinos, resulta pensar en los
propios asesinos. Obedeciendo a la estúpida manía de endiñar al
sujeto todos los tópicos propios de su origen, lo primero que han
destacado los medios es que sus familias provienen del sur del
Mediterráneo y son de creencias musulmanas. Con lo cual, en vez de
despejar incógnitas las incrementan, convirtiendo, de un plumazo, a
cientos de miles de trabajadores en quintacolumnistas de ese
quimérico 'enfrentamiento de civilizaciones'. La única certeza es
que los asesinos han nacido o se han criado entre todos nosotros, han
ido a las mismas escuelas, han tenido los mismos maestros, han
compartido los mismos 'ídolos', los mismos sueños. Hasta tal punto
es así, que ese 'nosotros', nos guste o no, también los incluye.
“Aquests nens eren nens com tots.
Com els meus fills, eren nens de Ripoll. Com aquell que pots veure
jugar a la plaça, o el que tragina una motxilla enorme de llibres,
el que et saluda i et deixa passar davant a la cua del súper, el que
es posa nerviós quan li somriu una noia.
…
Pilot, mestre, metge, col·laborador
d’una ONG. Com s’ha pogut esvair, això? Què us ha passat? En
quin moment…? Què fem perquè passin aquestes coses? Éreu tan
joves, tan plens de vida. Teníeu tot una vida davant… i mil somnis
per fer realitat.”
Son dos párrafos de la carta abierta
escrita por Raquel, educadora que tuvo a su cargo a los asesinos
cuando eran adolescentes. Es un texto que vale la pena leer porque le
da una perspectiva a la tragedia que, si no certezas, sugiere
preguntas necesarias.
“… i mil
somnis per fer realitat.”
¿Tan grande fue la decepción, el desengaño y la amargura, para que
el maldito imán pudiera introducir tanto odio en tan breve espacio
de tiempo? Dudo mucho que entre seguir al Barça, jugar con el móvil
y vacilar con las chavalas, se les ocurriera ni siquiera ojear “El
Coran”. No, el deleznable imán no pudo encontrar el terreno
abonado por el fanatismo religioso. ¿Qué les dijo? ¿Qué siniestra
grieta utilizó para introducir tanta ponzoña? ¿Cómo consiguió
que les resultara más atractiva la muerte que todas las
posibilidades que les prometía la sociedad? ¿Cómo pudo ganarles
tan fácilmente la partida a maestros y educadores? De alguna manera
tuvo que convencerlos de que todo lo que les habían enseñado, que
todas las posibilidades que les planteaban, eran asquerosas mentiras.
Y los asesinos miraron a su alrededor: Trabajo precario con sueldos
de miseria o paro, hacinamiento en la vivienda, xenofobia y clasismo,
costes inasumibles de la formación necesaria para promocionarse,
asistencia social recortada a mínimos y, en general, una distancia
cada vez más insalvable entre los que pueden y los que no.
Miraron a su alrededor y solo estaba
el maldito cabrón que lo explicaba todo en términos de odio,
sangre, religión y muerte. Nadie más. Nadie continuó la entregada
y necesaria labor de los trabajadores sociales cuando los muchachos
se enfrentaron a la realidad. Ningún compañero estuvo allí para
razonarles que sus problemas, que esa sensación de haber perdido
cualquier horizonte, no tiene nada que ver con religiones, etnias o
guerras santas de ningún tipo, que todo eso no existe, que son puras
invenciones de intereses muy concretos. Nadie les advirtió que sus
problemas son los problemas de la clase obrera. Nadie les dijo que
todo lo que soñaron es posible si nos unimos y luchamos juntos.
Nadie les enseñó como se hace eso. Y ellos, los asesinos, se
dejaron llevar por la desidia, por el tobogán del rencor, del odio,
por el camino fácil de la violencia.
La sensación de marginación y
fracaso, son el caldo de cultivo ideal para el rencor y el odio, son
el terreno propio para imanes diabólicos, capos de 'maras' y otras
mafias, promotores de guerras, traficantes de heroína, webs
inductoras de suicidios, partidos fascistas...
Los intereses a la sombra del maligno
imán saben muy bien lo que hacen, esa es la grieta. Ellos saben que
nuestras redes de organización y solidaridad populares están
prácticamente desmanteladas o en manos de la administración y las
burocracias, que para los sectores “emigrados” de la clase obrera
ni existen. El infame imán sabía que eran presa fácil, que nadie
se preocupa de unos “moratas”.
Sin embargo,
conviene que nos preocupemos, de los “moratas” y de todos los
compañeros que viven de su trabajo. Conviene que dejemos el
'facebook', recorramos las calles y hablemos con ellos. De haber
sabido que no estaban solos, el imán no lo hubiera tenido, ni mucho
menos, tan fácil. Conviene que, como dice Raquel, “Això
no ha de quedar en una historia més. Hem d’aprendre’n, hem de
fer un món millor. Practicant amb l’exemple, educant en la
no-violència, transmetent el no-odi, la igualtat. Educant a les
escoles, als espais oberts, a les famílies, als nostres fills…”
Y habría que incluir a sindicatos, organizaciones políticas,
asociaciones de vecinos, culturales, deportivas, etc.
De lo contrario, esa guerra a la que
quieren abocarnos, nosotros los trabajadores la tendríamos perdida,
sencillamente porque las bombas, los ejércitos, las economías, son
finitas, pero el odio crece exponencialmente y sin limites.
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